El expresidente del Gobierno y presidente de la Fundación FAES, José María Aznar, ha concedido una entrevista al diario ‘ABC’ en el 20º aniversario de los atentados del 11-S, en la que ha afirmado que éstos supusieron un cambio de era para la humanidad. En ese cambio, admite, también se pueden enmarcar los atentados de Madrid en 2004 que precipitaron el vuelco electoral que entregó el poder a los socialistas. Pero lo que más preocupa e irrita a Aznar en este momento es el caótico final de la operación Libertad Duradera y la certeza de que el islamismo radical es incompatible con las sociedades abiertas.
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¿Dónde estaba y qué hacía cuando se produjo el 11-S?
Estaba en Estonia. En el primer semestre de 2002 correspondía la presidencia de la UE a España y la empecé a preparar en septiembre. El viaje era a Estonia y Lituania. Estando reunido con el primer ministro estonio nos dieron la noticia del ataque a las Torres Gemelas que vimos en el despacho del primer ministro.
¿Tardó en darse cuenta de la magnitud de lo que ocurría?
No, desde el primer momento pensamos que era más que un atentado, era un acto de guerra. No conocíamos los detalles, quiénes habían sido, quiénes eran los cómplices, pero no tuve duda de que estábamos ante un acto terrorista y en este caso, por la dimensión del mismo y por el país en que había ocurrido, aunque aún no sabíamos del ataque al Pentágono y del avión que cayó en Pensilvania, que estábamos frente a un acto de guerra.
¿Cuáles fueron sus primeras decisiones?
Lo primero que hice fue suspender el viaje a Lituania y volver inmediatamente. Antes hablé con Madrid y se activó el gabinete de crisis. Entonces el vicepresidente primero era Mariano Rajoy y él se encargó de hacerlo. Se protegieron especialmente las infraestructuras básicas, se pusieron en alerta las fuerzas para garantizar la seguridad del país y estar preparado ante cualquier eventualidad.
Usted ya tenía amistad personal con George Bush. ¿Cuándo pudo hablar con él y qué le transmitió?
Inmediatamente. Primero le pregunté quiénes habían sido, como es natural. Me dijo que tenían la impresión, a falta de una confirmación firme, de que había sido Bin Laden. Esa es la expresión que usó: Bin Laden, Al Qaida. Y me dijo que estudiaban su ubicación en Afganistán. No había más detalles y entonces le expresé toda la solidaridad y le dije que España estaba a disposición como aliado para hacer lo que se considerara necesario desde el punto de vista bilateral y del de la Alianza Atlántica. Hay que recordar que poco después la OTAN, por primera vez en su historia, activó el artículo 5 del tratado que estipula que un ataque a uno de los miembros será considerado un ataque a todos.
Pronto llamó Jacques Chirac porque tenía prevista una visita a EE.UU. y estaba preocupado porque se interpretara que él tomaba posición por toda la UE. Me llamó a mí y a otros dirigentes europeos para ver si podía hablar en nombre de todos. Le dije que no tenía problema en que lo hiciera, que me parecía muy bien. Pero en mi conversación con Bush, este me había dicho que esperaba verme pronto. Y yo le dije que en ese momento se iba a producir una carrera entre quienes querían manifestar su simpatía lo antes posible en la que yo no deseaba participar. Le dije que, en unos meses, cuando llegara la hora de las decisiones, habría menos carreras, y en ese momento yo iría. Pero en octubre me llama y me dice: «¿Qué pasa, cuándo vas a venir?» Y le digo, «cuando se acaben las carreras». Y convinimos la fecha de noviembre y visité la zona cero, estuve con Bush, con Giuliani y comprobé la catástrofe. Pero cumplí con lo que era mi idea: yo no iba a formar parte del espectáculo de las solidaridades que a la hora de las decisiones se desvanecen.
¿Imaginó alguna vez que la operación Libertad Duradera iba a terminar como acabó, con la retirada apresurada de EE.UU. de Kabul?
Me lo temía desde hace algunos años. Pero no esperaba que terminase de esta forma y de esta manera.
¿Desde cuándo lo temía?
Desde que los EE.UU., con la presidencia de Obama, Trump y después Biden, deciden retirarse del mundo, replegarse. Evidentemente, desde el acuerdo de Trump con los talibanes era perfectamente posible. Y luego, había cierta fatiga en la opinión pública americana sobre el resultado de algunas políticas. Eso me lo hacía temer. Todo eso qué significaba: una debilidad muy grande y una falta de visión estratégica. Las dos cosas van unidas. Los líderes débiles no suelen tener visiones estratégicas y cuando se pierde la visión estratégica se cae en las políticas débiles. Al final, la debilidad es provocativa. Esa guerra se ganó y, de pronto, al cabo de un tiempo, quien gana la guerra decide rendirse y hacerlo de la manera más humillante posible. Eso tendrá unas consecuencias muy negativas para el mundo.
¿Este análisis es fruto de una emoción o aquí hay algo más?
Más que una emoción. Se ha cometido un enorme error que vamos a pagar muy duramente. Que los talibanes, constructores de un estado terrorista, cómplices del terrorismo, retomen el poder porque se lo han entregado los mismos que les ganaron la guerra es un error extraordinario.
¿Esta es una derrota de Occidente o la antesala de otra guerra?
Es una rendición incondicional innecesaria. Incondicional porque hemos entregado todo. Y eso es una derrota total. Es una gran victoria para las fuerzas del islamismo radical, para el yihadismo. Y en tercer lugar es absolutamente innecesario, después de haber ganado la guerra hace 20 años, después de año y medio sin bajas, y después de haber conseguido que se produjeran avances -tal vez insuficientes, pero significativos- en cierto respeto institucional, en los derechos humanos, en el trato a las mujeres y las niñas. Una rendición humillante solo puede ser considerada como una gran derrota. Y no creo que se pueda construir sobre derrotas. No creo que Dunkerque pueda ser celebrado como una gran victoria y de hecho no la celebran.
Se ha suscitado una controversia sobre la posibilidad de ganar la guerra y perder la paz. Ocurrió en la I Guerra Mundial con Alemania y ahora en Afganistán, pero también ha sucedido lo contrario en la propia Alemania, Japón y Corea del Sur…
Putin dijo algo así como que hay que acabar con estas intervenciones irresponsables que buscan imponer la democracia en otros países según moldes ajenos, frase que Merkel hizo suya y el Papa Francisco también. Yo manifiesto mi total desacuerdo. ¿Qué hubiese pasado en Alemania, en Japón o en Corea del Sur si no se hubiese intervenido? ¿Por qué no desistimos de la Guerra Fría que duró mucho más que Afganistán? Evidentemente lo que se gana en los campos de batalla se puede perder en casa. Esta guerra se perdió en casa.
El presidente Biden dijo que el objetivo de la misión no era establecer una democracia en Afganistán, pero mucha gente cree recordar que eso fue exactamente lo que se dijo en su momento. ¿Cuál era el objetivo de la operación Libertad Duradera?
Claro que era eso. Lo recuerdo tal como se planteó. Ya sabemos que en la política norteamericana siempre ha habido intervencionistas y no intervencionistas. Sabemos que, como decía Helmut Kohl, casi todos los presidentes electos norteamericanos tienen grandes proyectos de política doméstica, pero luego se ocupan del mundo. ¿Y por qué? Porque EE.UU. es la única potencia global que existe y el problema que tiene el presidente de EE.UU. es que, le guste o no, todos los días encima de su mesa están los problemas del mundo. Y algunos de ellos requieren intervención. No voy a decir que el objetivo fuera establecer un sistema democrático perfecto, pero establecer cierto sistema institucional, cierto respeto a los derechos humanos, cierta dignidad, eso sí era un objetivo y, como ha dicho Tony Blair, era un objetivo noble. Se pueden haber cometido equivocaciones, pero promover la libertad y la democracia en sí mismo es un objetivo noble. Y ahora cuando tantas personas se rasgan las vestiduras por el destino de las mujeres y niñas afganas, hay que darse cuenta de que rendirse tenía un precio.
Cuando se produjeron los ataques del 11-S hubo un diario que publicó un titular histórico: «El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush». El mundo no estaba estremecido por lo que había hecho Bin Laden, sino que aguardaba en vilo la represalia de los que habían sido atacados. Esas cosas después crean diferencias en la comprensión de la dinámica histórica de las cosas.
Hay analistas que creen que la guerra de Irak que siguió a la invasión de Afganistán fue el primer paso en falso que contribuyó a desdibujar la operación Libertad Duradera. ¿Cuál es su opinión?
Militarmente eso tiene una gran significación, porque lo que pasa es que al final se tiene la impresión de que no dedicabas suficientes fuerzas en Afganistán y tampoco en Irak. Eso fue un doble error y se comete hasta que el general Petraeus se hace cargo y estabiliza la situación en Irak y después en Afganistán. Esa discusión siempre existió: intervenir y marcharse, que era la tesis de Rumsfeld; intervenir con pocas fuerzas, que es la tesis de aquellos que nunca acaban de decidir y luego crean más problemas; o intervenir de la manera más decisiva desde el punto de vista militar y político. Al final cuando se hizo esto es cuando las cosas se enderezaron. Pero yo creo que el 11-S y la intervención en Afganistán precipitaron la secuencia de acontecimientos que afectan a Irak. No hay que olvidar que las políticas que afectan a Irak son las adoptadas durante la administración Clinton y aprobadas en el Congreso de EE.UU. y que el 11-S las acelera. Luego, aunque las dos guerras se ganan de una manera brillante y corta, la falta de elementos activos en los dos sitios produce problemas.
Como usted afirma, el 11-S supuso que el terrorismo pasó a ser universalmente condenado. ¿Cuál es el balance de ese proceso?
Se fue perdiendo la memoria. El éxito es que no ha habido otro gran atentado global como ese y no es poca cosa. Pero hoy tenemos una situación de riesgo grande. Vamos a entregar una parte de nuestra seguridad a los rusos, a los chinos, a los paquistaníes, a los iraníes… ¿Quién va a defender nuestra seguridad en el sudeste asiático? ¿Se pueden sentir tranquilos los coreanos, japoneses, filipinos, taiwaneses…? ¿En Oriente Medio, los vecinos de Irán están más tranquilos? ¿Los movimientos integristas, yihadistas no se sienten triunfadores? ¿Los grupos radicales en Latinoamérica no están triunfando? No todos los problemas son los mismos, pero tener ciertas visiones estratégicas bajo un liderazgo sólido tiene sus ventajas. Después, las políticas pueden ser más o menos imperfectas, pero hoy, veinte años después, como consecuencia de nuestras dejaciones, de nuestras retiradas, de nuestra falta de claridad moral, volvemos a tener en riesgo nuestro sistema de libertades y nuestra democracia. Y eso es un problema. No volvamos a decir cosas inútiles. Europa ya sabe lo que puede pasar, la OTAN ya sabe lo que EE.UU. va a hacer, entonces ¿cuál es la reacción? ¿Van a crear un ejército europeo? No me haga usted reír, o mejor digo llorar. Cuando los países empiecen a tomarse en serio su presupuesto de defensa en relación con la OTAN a lo mejor me empiezo a tomar en serio la creación de un ejército europeo. ¿Si no somos capaces de cumplir nuestros compromisos con la OTAN cómo vamos a crear un ejército europeo?
¿Hay que negociar con los talibanes?
Ahora mismo no hay que negociar nada con los talibanes. Los talibanes van a querer sacar ventaja de todo por la vía del chantaje. Ya lo han hecho. El espectáculo de entregar tu seguridad, tus ciudadanos, a un grupo terrorista… eso es muy grave. Los talibanes van a hacer lo que saben hacer: alimentar la inestabilidad y el terrorismo, intentando chantajear. Y se podrán contar muchas historias sobre lo mal que se llevan con ISIS, pero no siempre el enemigo de mi enemigo tiene que ser mi amigo. Y en este caso no debe ser, porque todos esos se juntan para destruir las democracias. Esa es la falta de visión estratégica que padecemos. Hay una visión del radicalismo islámico, religioso, organizada en torno a la aplicación de la Sharía que es incompatible con las sociedades abiertas, las sociedades multiculturales, occidentales… O nos damos cuenta de eso o volveremos a tener problemas muy serios.
En sus memorias del 11-S asegura que el papel de Pakistán era «la mayor complicación de todas» para una intervención en Afganistán. ¿Sigue siendo así? ¿La emergencia de China no ha cambiado eso?
No creo que podamos confiar en los chinos nuestra seguridad en esa región. China defiende sus intereses y éste es expulsar de esa región a los EE.UU., por lo tanto a los occidentales. La influencia china en Pakistán es enorme y la influencia de Pakistán en Afganistán es inmensa. La cuestión de Afganistán forma parte del conflicto de Pakistán y la India, pero también de la rivalidad entre China e India. Lo que va a pasar en las repúblicas centroasiáticas hará que Rusia aumente su influencia en la zona. Creo que poner nuestra seguridad en manos de quienes no son precisamente nuestros aliados sino nuestros competidores, no es una buena política.
¿Se puede seguir aceptando el papel de las monarquías petroleras o hay que ser más exigentes?
Si nosotros hacemos una política de retiradas, en las que solamente se puede intervenir por problemas militares singulares, pero renunciamos a las políticas de promoción de la democracia, de las libertades, de los derechos humanos, entonces no estamos en condiciones de exigir ciertas cosas. Pero si definimos un paquete de políticas en las cuales nuestros valores, nuestros principios, todo eso que nos hace fuertes empezando por nuestras libertades y la democracia, podremos exigir más y debemos exigir más.