En la Cumbre de la OTAN que se celebrará en Madrid, de 28 a 30 de junio, los jefes de Estado y de gobierno de los países miembros tomarán decisiones que marcarán el futuro de la Alianza. A nosotros, españoles, nos recordará algunas fechas importantes de nuestro pasado reciente. Se cumplen este año los cuarenta de nuestro ingreso en la organización de la defensa atlántica, los veinticinco de la Cumbre de la OTAN de 1997 en Madrid (hasta hoy, la única celebrada en España) y los veintitrés de nuestra integración militar, que nos permitió acceder a puestos de responsabilidad de los que nos hace acreedores nuestra contribución a la seguridad común.
La Cumbre de la OTAN de Madrid 2022 será de importancia histórica porque va a definirse en ella un nuevo concepto estratégico, que surgirá en un contexto marcado por la guerra de Ucrania y el auge de los regímenes autoritarios de Rusia y China. Confirmará además que la Alianza es capaz de actualizarse por más que Donald Trump la tildara de “obsoleta” y Emmanuel Macrón diagnosticara su “muerte cerebral”. El revisionismo y revanchismo de Moscú la hacen hoy más necesaria que nunca. Pero conviene subrayar que también la Cumbre del 8 y 9 de junio de 1997 en Madrid, celebrada todavía en plena euforia por el final de la Guerra Fría, fue, a su manera, decisiva en la biografía de la libertad occidental.
En aquella Cumbre se estrenó un esquema de seguridad euroatlántica que implicaba no solo a los 16 estados miembros de entonces, sino también a otros 28 países del Este y Centro de Europa, es decir, a los antiguos satélites del Pacto de Varsovia y a las repúblicas independientes surgidas tras la desintegración de la antigua Unión Soviética. El denominado Consejo de la Asociación Euroatlántica conoció en la capital española su primera cumbre de mandatarios. También en Madrid se aprobó el ingreso en la Alianza de Hungría, Polonia y la República Checa, que se materializaría el 12 de marzo de 1999. Previamente, y para garantizar una ampliación no conflictiva de la OTAN, el 27 de mayo de 1997, en Paris, el entonces secretario general de la Alianza, Javier Solana, y el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Yevgueni Primakov, firmaron el Acta Fundacional de Cooperación Mutua entre la OTAN y Rusia.
En aquella Cumbre se suscribió además una Carta de Asociación Especial con Ucrania, de inferior rango que el Acta de Cooperación con Rusia, pero que convertía a aquella en un interlocutor privilegiado de Occidente, acordándose un mecanismo consultivo de crisis que se activaría siempre que Ucrania se sintiera amenazada. Se estableció también en el comunicado final de la Cumbre, y por iniciativa española, la potenciación del diálogo mediterráneo en el seno de la Alianza, como elemento importante para la estabilidad de la región. Siempre hemos tratado de impulsar dentro de la OTAN la conciencia de los riesgos que presenta para ella la ribera meridional del Mediterráneo. Debemos seguir insistiendo en ello en la Cumbre de 2022, dada la delicada situación de la región.
La plena integración de España en la OTAN se hizo oficial el 1 de enero de 1999, según la decisión que el Congreso de los Diputados había aprobado por amplia mayoría, el 14 de noviembre de 1996, autorizando a que mi gobierno procediera a solicitar de la Alianza nuestra integración militar en la misma.
La Cumbre de la OTAN 2022 adoptará un nuevo concepto estratégico, cuyos objetivos son ofrecer un diagnóstico del entorno de seguridad internacional, identificar las principales amenazas y los retos para la seguridad del área euroatlántica, y proponer medidas para hacer frente a dichos retos. Una vez se apruebe, el concepto estratégico de Madrid será el cuarto adoptado desde el final de la Guerra Fría. Vivimos, ya desde hace algunos años, en un entorno internacional muy diferente al que siguió al derrumbe del Muro de Berlín y a la ampliación de la Alianza Atlántica. Los tres conceptos previos (adoptado el último en la Cumbre de Lisboa de 2010) respondieron a problemas de seguridad transnacionales. El de la Cumbre de Madrid 2022 deberá hacerlo a la actual guerra en Ucrania y a las crecientes tensiones en el Indo-Pacífico, lo que le exigirá atender sobre todo a las amenazas derivadas del agravamiento de la rivalidad entre las grandes potencias. El ascenso económico de China, que se está traduciendo en un revisionismo (geo)político y en la intención de expulsar a EEUU de una región en la que estos han sido el mayor proveedor de seguridad desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y el revanchismo expansionista de Rusia, que ya se manifestó en 2008 con la invasión de Georgia y que hoy amenaza directamente, a través de la invasión de Ucrania, la entera estructura de seguridad europea creada después del final de la Guerra Fría, han hecho surgir un insólito y preocupante entorno que desafía la seguridad internacional.
El nuevo concepto estratégico de la OTAN debe encontrar un equilibrio para adecuar las funciones fundamentales de la Alianza (defensa colectiva, gestión de crisis, seguridad cooperativa) a un contexto internacional en el que concurren persistentes factores desestabilizadores transnacionales como el terrorismo y nuevas amenazas interestatales derivadas de la rivalidad entre grandes potencias nucleares.
La guerra de Ucrania ha devuelto la Alianza Atlántica a su origen y razón de ser. La OTAN fue creada en 1949 para contener a la Unión Soviética, y para impedir rencillas graves entre los países occidentales que, una vez formaran parte de una misma alianza militar, desistirían de recurrir a la guerra para resolver sus conflictos de intereses. Hoy, la OTAN los anima a prestar ayuda a Kiev y reforzar el flanco oriental, es decir, a los países más vulnerables a la agresión rusa. Ha logrado incluso atraer de nuevo la atención estadounidense sobre Europa. Y es que una de las claves del nuevo concepto estratégico —no solo de la OTAN, sino de toda relación transatlántica— estriba en que la arquitectura europea de seguridad y defensa depende de los Estados Unidos, por mucho que se debata sobre autonomía estratégica. La guerra de Ucrania no cambia el hecho de que el epicentro de la estrategia y la política mundial está hoy en la región del Indo-Pacífico. Aunque China, por ahora, no represente una amenaza convencional para la seguridad euroatlántica, la respuesta de Occidente a Moscú en la guerra de Ucrania refleja una disposición básica a defender las democracias. Por ello, es muy importante que la OTAN profundice su cooperación con Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda: propuesta que ya hice desde la Fundación FAES, que presido, en un informe de 2009.
La OTAN se enfrenta hoy a la necesidad de combinar su función de defensa de la región euroatlántica con un enfoque global de seguridad, de demostrar su capacidad para adaptarse a los desafíos estratégicos de los nuevos tiempos y permanecer fiel a su voluntad de reforzar la unidad política de los países comprometidos con los valores de la democracia liberal.