La razón fundamental del éxito de las sociedades radica en su capacidad para generar y consolidar instituciones. Las instituciones no son más que acuerdos estables que en su trayectoria histórica demuestran su idoneidad para resolver problemas contribuyendo a la convivencia ordenada y al avance político, económico y social.
La Monarquía es una de esas instituciones capitales que -inserta en el marco constitucional, democrático y parlamentario- identifica la forma de gobierno de muchas de las sociedades más prósperas de Europa.
El estéril revisionismo que se quiere hacer prevalecer frente al éxito histórico de la Constitución y la Transición no podrá obviar el papel central de la Monarquía en la gestación y la experiencia del sistema democrático de libertades que sigue siendo necesario defender. Si este logro verdaderamente histórico no puede ser escamoteado a la Monarquía que restaura la Constitución de 1978 en la persona de Don Juan Carlos I, el juramento de S.A.R
La Princesa de Asturias al alcanzar su mayoría de edad hace visible la proyección de futuro que ofrece la Corona como institución y como cúspide del sistema institucional de España.
Como bien se desprende del artículo 61 de la Constitución, el juramento de la Princesa Doña Leonor ante las Cortes Generales es un juramento de Reina. Será el que repita, en los mismos términos, cuando sea llamada a asumir la Jefatura del Estado como heredera de la Corona. Desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las comunidades autónomas, además, de la fidelidad al Rey es el objeto de ese compromiso solemne que la Princesa de Asturias asume ante la representación de los españoles. Mirándose en el espejo de su padre, el Rey, la Princesa de Asturias sabe lo que eso significa y cómo representar a la institución con la dignidad y dedicación que ya se comprueba en este periodo de formación, largo y exigente, que ha comenzado en la Academia General Militar de Zaragoza.
Cuando tantos quieren arrastrarnos a la contemplación de los peores fracasos que los españoles han sufrido, cuando tantos quieren arrastrarnos a legitimar un pasado desastroso de exclusión, violencia y deslealtad a las reglas de convivencia, cuando tantos ponen de ejemplo lo que precisamente los españoles tenemos que evitar a toda costa, el juramento de la Princesa de Asturias es a la vez prueba de continuidad y mirada de futuro.
La Monarquía no es sólo la pervivencia de una institución histórica sin la que no es posible interpretar España desde su propia constitución como Estado moderno. La Monarquía es hoy, antes que nada, la imagen de futuro, de la continuidad de la Nación de ciudadanos, de la comprensión de nuestra propia diversidad, una comprensión profunda, real, incorporada a la identidad de la Corona y de su heredera que es Princesa de Asturias y también de Gerona.
En estos tiempos de incendiarios rampantes, ajenos a la mínima lealtad con las instituciones que nos han hecho libres, la Princesa de Asturias jurando ante las Cortes Generales es la imagen admirable de esa España que recuperó la convivencia en democracia, bajo el imperio de la ley, para hacer posible un proyecto nacional de éxito compartido.