José María Aznar (Madrid, febrero de 1953) fue el presidente del Gobierno que hace 25 años decidió no ceder al chantaje de ETA, que exigía que en 48 horas se reagrupara a sus presos en el País Vasco o asesinaría al concejal del Partido Popular de Ermua Miguel Ángel Blanco, al que tenía secuestrado. «Sabíamos desde el primer minuto que la sentencia de muerte estaba dictada y que los terroristas querían además la humillación del Gobierno», asegura a ABC el expresidente del Gobierno. Y añade: «Es un sinsentido que pasado mañana en Ermua recuerden a Miguel Ángel Blanco quienes han pactado con sus asesinos».
–¿Cómo se enteró del secuestro y qué análisis hizo en ese momento?
–Me lo dicen a primeras horas de la tarde en el Palacio de la Moncloa, cuando hacía una entrevista para el periódico ‘La Voz de Galicia’. Me pasaron un papel en el que se me comunicaba que había noticias del secuestro de un concejal del PP del País Vasco. A partir de ese momento comienzo a recibir toda la información procedente del Ministerio del Interior. Además, convoco a mis colaboradores para hacer una evaluación de la situación. El análisis que habíamos hecho días antes, con motivo de la liberación de José Antonio Ortega Lara, es que había sido un golpe tan extraordinariamente fuerte para los terroristas que iban a responder rápidamente. Lo que no sabíamos era dónde, cuándo y con quién, pero sí estábamos seguros de que se iba a producir. Desde el principio llegamos a la conclusión de que el secuestro era una parte, la primera parte de un asesinato que se iba a consumar. ¿Por qué? Porque la exigencia de ETA de acercar a los presos al País Vasco en 48 horas era un chantaje al Gobierno que nosotros no íbamos a aceptar. No solo no podíamos; no queríamos aceptar, y esa era una decisión irrevocable. ETA buscaba la humillación del Estado, de los españoles. Es decir, conseguir que el Gobierno hubiera cedido a la extorsión para intentar liberar a Miguel Ángel Blanco cuando evidentemente la sentencia de muerte ya estaba dictada.
–¿Cuáles fueron los siguientes pasos?
–De manera inmediata dimos la orden a las Fuerzas de Seguridad de máxima movilización, de recabar toda la colaboración posible para intentar liberar a Miguel Ángel Blanco. Se removió todo lo que se pudo; se hizo todo lo que se tenía hacer, todo lo que se podía hacer para intentar encontrarle. Luego supimos, al cabo de los años, que se estuvo muy cerca, que la Guardia Civil estuvo en un camino paralelo al que estaba. Pero a pesar de todos los recursos movilizados no tuvimos éxito, porque no lo encontramos. Tampoco ninguna de las peticiones que se hicieron para intentar salvarle la vida fueron atendidas porque, insisto, la orden ya estaba dada… Aquellas primeras horas lo que se hizo básicamente es dar la orden de intentar encontrarlo, evaluar la situación, tomar la decisión de no ceder al chantaje y, por supuesto, intentar buscar el mayor acuerdo, el mayor consenso con las fuerzas políticas.
«Les dije a los padres y a su hermana que no íbamos a ceder al chantaje. Solo puedo tener gratitud y admiración hacia ellos»
–¿Cómo percibía la sociedad la lucha contra ETA en ese momento?
–Se había producido en España un movimiento en parte de gran alegría, pero en parte también de profunda impresión por la liberación de José Antonio Ortega Lara. Las imágenes de la llegada a su casa tras ser rescatado del zulo tuvieron un extraordinario impacto. Demostraban la crueldad de una gente que era capaz de mantener a una persona en un zulo durante 532 días en esas condiciones, y eso que en aquel momento aún no se sabía que habían dado la orden de dejarle morir de hambre. Esa liberación fue de una importancia absoluta; llevábamos tanto tiempo intentando conseguirla, que fue respondida con el secuestro y asesinato.
–¿Recibió presiones para que se abriera una vía de contacto con ETA?
–No, no… Tengo que decir que no. Supongo que había gente partidaria, pero yo no recibía esas presiones. La que tomamos era una decisión sin fisuras, que comuniqué a la familia de Miguel Ángel Blanco y a su hermana, con los que hablé. Les dije que el Gobierno no iba a ceder a chantaje alguno y que haríamos todo lo posible por liberarle, pero que esa era la situación. Tanto los padres como Marimar Blanco son personas extraordinarias; solo puedo tener palabras de recuerdo, de gratitud y de admiración hacia ellos.
«Hay una soledad que solo puede tener quien tiene la responsabilidad de tomar una decisión de la cual depende la vida de una persona»
–¿Hay algo de aquellos días que se le quedara grabado de forma especial?
–Eran momentos muy duros, de mucha tensión, en los que se jugaba la vida de una persona cuyo destino ya estaba marcado, como hemos visto estos días con la publicación de documentos de Kantauri, que daba órdenes de actuar contra el PP. Porque tiene que quedar muy claro que a Miguel Ángel Blanco lo asesinan como reacción a la liberación de Ortega Lara, pero porque es concejal del Partido Popular. Ahora parece que se celebran actos como si hubiese sido alguien que pasara por Ermua, que lo cogieron como si fuera un viajante de comercio y lo secuestraron y asesinaron… No, no es así. Pasado mañana hay un acto de homenaje allí y va el presidente del Gobierno, que tiene un pacto con Bildu; o sea, con Batasuna; o sea, con ETA; o sea, con los que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, y también asiste el lendakari Urkullu, cuyo partido, después de ese crimen, fue corriendo, si no lo estaba haciendo ya, a negociar el pacto de Estella, también con los terroristas, después de jurar que no volverían a pactar con ellos… Es un sinsentido. Lo mataron por defender las ideas del PP, la libertad, una España democrática, la nación española, por apoyar al Gobierno de España… Me impresionó mucho que Miguel Ángel Blanco, y yo era el presidente del Gobierno, el responsable máximo de luchar por esas ideas, fuera asesinado por defenderlas.
–¿Qué papel jugó el PNV esos días?
–Recibo la llamada del entonces lendakari José Antonio Ardanza para decirme que se iba a hacer una manifestación en Bilbao, que él está convencido de que con una gran movilización se puede conseguir que ETA desista. Solo pone una condición para convocarla; que yo la presida. Le contesto que de acuerdo. Fue absolutamente impresionante, pero en ella empiezan las primeras disensiones. Se había convenido, para que yo presidiera la manifestación, que hubiera una cabecera que se reunía en un sitio determinado. Cuando llego allí no estaba el PNV, que había organizado otra cabecera en un lugar distinto. Me dicen que vaya donde están ellos y respondo que de ninguna manera, que si ellos quieren vengan a donde se había acordado. Ya empecé a percibir allí las típicas disensiones internas, muy propias del mundo nacionalista. Lo mismo ocurrió cuando se llegó a las escaleras del Ayuntamiento y los dirigentes del PNV se pusieron en mitad de ellas, dando a entender que eran los que estaban a cargo de las cosas.
Poco tiempo después el PNV lanza el pacto de Estella. El asesinato de Miguel Ángel Blanco provocó una reacción de tal envergadura, tan impresionante, que surgió el famoso Espíritu de Ermua, que fue decir: vamos a acabar con el terrorismo de una vez por todas, vamos a ir por ellos con todas las consecuencias, vamos a formular también una política más activa de alternativa al nacionalismo. Claro, eso el PNV lo percibió como un peligro enorme para sus intereses, como una fuerza sustitutiva real y alternativa, que le lanza de cabeza al pacto de Estella. En una ocasión, el después lendakari Ibarretxe, firmado ya el pacto de Estella, cuando le digo que hay que volver es al espíritu de Ermua, me responde: «Antes muertos que volver al espíritu de Ermua».
«El PNV ve en el espíritu de Ermua un peligro enorme para sus intereses, una fuerza sustitutiva real y alternativa»
–¿Fue durante el secuestro cuando ha sentido más la soledad del poder?
–No; es el momento en el cual se produce un cambio en la sociedad, en el que me siento más acompañado por la opinión pública española, por el ciudadano español. Hay un antes y un después en la lucha antiterrorista con el asesinato. Esas movilizaciones no nos llevan a vencer inmediatamente al terrorismo, porque hubo mucho sufrimiento después, pero ese crimen cambió el espíritu de la ciudadanía, que era de convencimiento de que había que ganar y plantear fórmulas alternativas a un nacionalismo que recogía las nueces de los árboles que otros movían, en expresión de un nacionalista relevante. Eso se cambió, yo me sentí en ese terreno muy acompañado. Desde un punto de vista personal, hay una soledad que solo puede sentir quien tiene la responsabilidad de tomar una decisión de la cual depende la vida de una persona. Esa soledad es difícil, dura…
–En 1997 existía la famosa teoría del ’empate infinito’. ¿El Gobierno ya pensaba entonces que se podía acabar con ETA solo con la vía policial?
–Nosotros nunca aceptamos la teoría del ’empate infinito’, y por eso lanzamos la idea de que había que combatir el terrorismo con todos los medios. Solo con la ley, pero llevando todos los medios que nos daba la ley hasta el final. Y por eso no solamente en la primera legislatura del Gobierno del Partido Popular, en la segunda también, se actuó contra todos los frentes del entramado terrorista. La teoría del ’empate infinito’ venía porque no se combatía a ETA de un modo global. Puedes desarticular sus comandos, obtener mucha información sobre lo que pueden y quieren hacer… Pero no puedes derrotarla si una parte de la organización es legal, si los aparatos de comunicación funcionan, si los de finanzas también, si tienen representación política… Y la teoría siguiente era decir: «Oiga, no se puede ilegalizar Batasuna, porque va a arder el País Vasco». Bueno, se demostró que las dos cosas eran falsas.
«Mañana es la primera vez que vuelvo a Ermua en 25 años, para asistir al homenaje que le dará el Partido Popular del País Vasco»
–¿Después de Miguel Ángel Blanco la sociedad se dio cuenta de que se podía derrotar a ETA?
–Deseaba que fuera posible, no tanto que lo creyese. Y por tanto, apoyó de una manera clara todas aquellas medidas que podían llevarnos al fin de ETA de la manera más rápida posible.
–Con el tiempo se produce la tregua trampa de 1998, que coincide con el pacto de Estella. ¿Fue acertada la decisión de acceder a esos contactos?
–Los contactos nacen porque eran inevitables. Hay una declaración de una tregua indefinida que no se había producido anteriormente y se abrió una expectativa, digamos de paz, que había que atender por muy escépticos que fuésemos. En el Gobierno pensamos siempre que aquello era, efectivamente, una tregua trampa, pero no podíamos defraudar las expectativas de la sociedad española. Quiero decir que no autoricé ninguna negociación; yo autoricé unos contactos que consistían en decir: «Oigan, dígannos si esto va en serio o no va en serio. Nosotros creemos que no, pero vamos a verlo». Por esa razón me hago cargo de comunicar personalmente a los españoles todos los movimientos. Es decir, el presidente del Gobierno fue consciente de la situación y no dio un paso atrás, dio dos hacia delante. Yo soy el que hablo con los españoles y les digo lo que estamos haciendo. Y obviamente, también con las fuerzas políticas.
–¿Hubo algo que le decepcionó durante aquellos meses?
–Hubo un momento complicado y delicado, cuando la cúpula de Batasuna entra en prisión por orden del juez Garzón. El Tribunal Constitucional meses después tiene que tomar la decisión de confirmar o no esa decisión. Estábamos en plena tregua, en un ambiente de deseos pacíficos. El TC tomó una decisión y liberó a la cúpula de Batasuna. Fue desastrosa para los intereses de la lucha antiterrorista. Desastrosa. Luego, años después, la Ley de Partidos fue la que permitió iniciar el camino de la ilegalización de Batasuna. Aquel momento fue decisivo. Actuar contra el brazo político de ETA, contra el brazo financiero, todo aquello, fue lo que realmente acabó con ETA. Eso, más el apoyo sustancial de los españoles, el pacto antiterrorista que funcionó correctamente, la ayuda internacional…
–¿Va a ir el domingo al acto de homenaje a Miguel Ángel Blanco en Ermua?
–Iré a Ermua mañana, al homenaje que le va a hacer el PP del País Vasco. Es la primera vez que vuelvo desde el entierro, hace 25 años, al que asistí con el entonces Príncipe de Asturias, yo como presidente del Gobierno. Asistiré para recordar que fue asesinado porque era concejal del PP, porque creía en la libertad, en la democracia, en una España libre y porque era un hombre valiente. No porque pasaba por ahí.